Atlas en Fondazione Prada... (Parte III)
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25/06/18 - Última parte del recorrido por “Atlas” y ya estamos en el octavo piso. La altura del techo es más que considerable, lo cual permite albergar las peceras de Damien Hirst. No hay explicaciones en sala sobre las obras, todo queda por cuenta del espectador y lo que provocan estos cubículos transparentes. En “Tears for Everybody’s Looking at you” (1997) vemos unos patos de goma cubiertos con un paraguas, mientras llueve insistentemente. ¿Será la influencia de la campiña de Devonshire, donde vive el artista, que inspira el uso de animales de granja en sus esculturas? Su reputación de convertir el arte conceptual seco en esculturas emocionales con vacas y terneros en tanques de formol dieron mucho que hablar. Aquí los patos de goma mojados y el paraguas emulan una naturaleza muerta contemporánea.
Tears for Everybody’s Looking at you, de Damien Hirst (1997)
Materiales: vidrio, acero inoxidable, silicona, goma, agua, paraguas, patos de plástico, bomba hidráulica.
Hacia el final de la sala otro cubículo transparente contiene un científico mirando con un microscopio. Para 1994, año en que se presentó esta obra, significó un desafío al mundo del arte.
A way of seeing, de Damien Hirst
Materiales: vidrio, silicona, fórmica, silla, animatronic, microscopio, cajas, elementos de laboratorio, etc.
El último piso comienza con una instalación lúdica de Carsten Höller (Bélgica, 1961) quien, doctorado en biología, basa sus obras en investigaciones recientes en ese campo. Estos hongos gigantes que crecen desde el techo y giran sobre sí mismos nos hacen sentir en el País de las Maravillas, de Alicia. Pero al movernos entre los funghi, casi todos provenientes de la especie Amanita muscaria, no podemos evitar pensar en el efecto psicodélico que provoca esta venenosa y también psicoactiva variedad.
Upside down mushroom room, de Carsten Höller (2000)
Materiales: poliestireno, madera, pintura
Para el final de esta muestra tan sensorial que es Atlas, una obra mística: “Blue Line”, de John Baldessari. Se trata de un panel ubicado diagonalmente, sobre el que se montó, a ambos lados, una fotografía en blanco y negro de la magnífica “El cuerpo de Cristo en la Tumba”, de Hans Holbein el Joven (1521). El título de la pieza (Blue Line) se refiere a una línea azul que el artista pintó sobre el panel. Y aunque uno crea que esta pintura tiene poco que ver con lo contemporáneo, basta mirar el rostro y los dedos de las manos en expresión de enojo y exasperación para notar la actualidad de la misma. En el cuarto contiguo una video cámara proyecta lo que ocurre en la otra sala, con 60 segundos de retaso. Allí uno se descubre observando la foto, rara sensación verse simultáneamente en los dos lados. Esta doble situación en la que nos pone Baldassari hace de un momento ordinario algo diferente, obligándonos a vernos a nosotros mismos en el rol de observadores.
Blue Line, de John Baldessari
Fotografía en blanco y negro y acrílico sobre panel y video proyección
¿Qué nos provocó “Atlas”? Primero, una reflexión sobre la influencia de la arquitectura en el espacio expositivo: el lugar de exhibición se funde con el paisaje exterior y refuerza el concepto del arte como parte de la vida. Segundo, una reflexión sobre las obras en sí: se buscó el impacto sensorial, la diversión, la fantasía y menos la apreciación introspectiva con intención de comprender una problemática social o política. El gran atractivo de “Atlas” es la experiencia de recorrer una muestra en la que toda la torre arquitectónica es un sólo espacio dividido para el lucimiento individual de artistas icónicos del arte moderno y contemporáneo.
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