Anicka Yi (1971) nos anima a visitar una sala invadida por drones (obviamente manejados por humanos para la muestra) que parecen tener órganos. Estos globos que simulan cargar con un plasma interno, un sistema circulatorio  y tentáculos, se ubican en el espacio frente al espectador tal como si nos estuvieran mirando (¿analizando?). Su estructura es indefinible, pero se podría explicar como una combinación de formas terrestres y acuáticas, resultando en una nueva existencia que bien podría convivir con nosotros, tal como una máquina híbrida evolucionada.  

Las sensaciones varían: admiración por la factura de las piezas, asombro por lo novedoso y hasta quizás temor por un futuro tan alejado de lo humano. Lo que es innegable, sin embargo, es que en este baile constante persiste una increíble percepción de paz.